Siempre
me llamó la atención el hecho de que, como regla general, la gente
equipare y confunda los términos de cirugía plástica y de cirugía
estética. Aunque los médicos de estas especialidades se agrupan
bajo el epígrafe de “Cirujanos plásticos, reparadores y
estéticos”, lo cierto es que la cirugía plástica distingue la
cirugía reparadora o reconstructiva, generalmente utilizada para
restablecer funciones y recuperar miembros, de la cirugía plástica
estética, la más popular, que es la que se refiere a procedimientos
vistos como médicamente innecesarios y que buscan mejorar el
atractivo con el objetivo final de “verse bien”.
Pero, ¿cómo no separar la cirugía estética de la plástica
reconstructiva? ¿Acuden pacientes con las mismas patologías? ¿Tiene
la misma importancia un rejuvenecimiento facial que un implante de
pómulo perdido como consecuencia de un accidente de tráfico? ¿Es
equiparable una operación de aumento de pecho, por motivos
simplemente estéticos, con el propósito de mejorar su imagen
corporal, a la de otra persona que realiza la reconstrucción de su
pecho después de haber sufrido un cáncer de mama? ¿Llevan
implícitos los mismos condicionantes?
En un caso, la persona quiere mejorar su imagen siguiendo unos
cánones establecidos. En el otro, la persona quiere pasar
desapercibida entre la masa, lucha por no ser diferente al resto de
la sociedad, pretende ser, en definitiva, una persona “normal”.
La cirugía reconstructiva es clave en la vida de la persona pues la
separa en un antes y un después de la intervención. Es, además, un
medio para terminar con el sufrimiento y reconstruir la identidad,
porque aunque sabemos que “nada será igual” (la recuperación
nunca será total o completa) sí hay una transformación
positiva. Además, a nivel físico la importancia de una
intervención reparadora implica, en algunos casos, volver a ser
autónomo, un aspecto en absoluto despreciable.
El rostro desfigurado resulta público y notorio. Es imposible que
pase inadvertido hasta el punto de que la curiosidad, que una
deformación produce en los demás, vulnera a veces el respeto que
exige mantener una cierta indiferencia con quien padece esa
deformidad física. La desfiguración puede marcar por completo la
existencia y la vida de la persona. Las personas que tienen problemas
graves en el rostro rechazan vincular su problema con la belleza: no
están especialmente obsesionadas por su apariencia. Sin embargo,
desean ante todo recuperar, en la medida de lo posible, ese aspecto
de su anterior rostro y asemejarse lo más posible al canon normal.
La medicina se ocupa de cosas importantes, tanto de reparar un
paladar o un hueso roto como de lograr una nariz más armónica. Pero
quizás ayudaría a la cirugía reconstructiva que los medios de
comunicación y el público en general no la equiparen, de forma un
tanto trivial, con la cirugía estética. Resulta molesto para
alguien con un trauma facial que comparen su problema (no deseado)
con los deseos de alguien (legítimos y respetables) por mejorar su
imagen.
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