viernes, 18 de octubre de 2013

CASILLA DE SALIDA

Voy a contar un poco de mi experiencia personal. Tras sufrir el accidente de tráfico, las primeras cirugías de más de 12 horas de operación, las visitas en el HUCA (Hospital Universitario Central de Asturias) de mis seres queridos, llega el momento dramático de enfrentarse al espejo, de cuestionarse “¿por qué yo?” e intentar asimilar ese nuevo rostro, tan deforme y repugnante como desconocido a la vez. ¿Qué hacer cuando un doctor que te operó, y que se refiere a ti como "La Frankenstein", te dice que ya no se puede hacer nada más, que lo único que queda es darme el alta hospitalaria y buscar “un cirujano plástico en las páginas amarillas, para ver si se puede hacer algo”, pero te reconoce que es un proceso a muy largo plazo? Para una chica de 21 años es muy difícil asimilar que nadie sepa darte respuestas, que todo te lo tienes que buscar tú si quieres mejorar, y si no, renunciar a todo y quedarte como estás.
Después, de vuelta en el domicilio, quedan jornadas enteras mirándose en el espejo para ver si se advierte alguna evolución en las heridas. Aunque cada cinco minutos me pusiera el ungüento dispensado en el almacén del HUCA, nada rebajaba las numerosas marcas -de todos los colores y texturas- ni reducía el dolor. Esa etapa duró dos años, dos años en que mi vida se reducía a una habitación y al salón de la casa. Durante este largo tiempo me quedaba en el sofá con un espejo de mano entre las dobleces del respaldo, y lo cogía constantemente para examinarme la cara y echar crema en las cicatrices, esperando que mejorara algo el color. Solamente salía para realizar los exámenes del último curso de carrera o las operaciones de cirugía plástica y maxilofacial y el seguimiento postquirúrgico de las mismas. Aunque los médicos me decían “hay que esperar”, “todavía está reciente”, “entre operación y operación hay que esperar un mínimo de seis meses”..., en mí permanecía siempre la misma constante: aguardar a que llegara el momento de la próxima cirugía y aferrarme a la idea de que todo iba a mejorar de ese modo. 

  
Hasta que llegó el día en que me prometí que tenía que cambiar la actitud, que debía hacer algo por mí, porque no podía centrar mi vida en esperar a que se fijara la próxima operación –que nunca acababa de llegar-. En esos momentos la noción de tiempo es algo ajeno, nada concreto ni certero. Ese día fui al Instituto de Educación Secundaria de mi localidad y pregunté por los Ciclos Formativos de Grado Superior que se ofertaban allí y me matriculé en el de Administración y Finanzas y, a la vez, me matriculé en el primer curso de Doctorado, aunque la asistencia a las clases no fuera continua al tener que acompasarlo con las distintas operaciones. Pero esta decisión fue muy importante, porque aunque me estaba exigiendo mucho, esto permitió que el tiempo avanzara un poco más rápido -claro está, subjetivamente-.
Un apoyo fundamental en estos casos es la figura de un psicólogo. Lamentablemente, sobre esto no puedo decir nada, ya que yo no acudí a ninguna ayuda profesional. Estuve bastante tiempo encerrada en casa. Habría sido muy importante contar con un psicólogo, habría sido un apoyo más, porque guardan el distanciamiento justo y porque hoy sé que te ayudan a afrontar la nueva etapa, las limitaciones, la crisis existencial...

2 comentarios:

  1. Las personas tenemos la desgracia de ver la fachada de las otras y lo mas importante es el interior
    No olvido la primera vez que te fui a visitar a tu casa lo que mas me impresiono fue tu sonrisa y fortaleza
    Como tu dices un psicólogo te ayuda mucho yo puedo decir que en mi caso fue un gran apoyo
    Pero todo pasa solo se necesita tiempo
    Un beso enorme guapisimaa

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  2. Gracias anónimo. Creo que hay distintas fases a lo largo de todo el proceso. Es necesario contarlo a los demás para ayudar a la gente que haya pasado, esté pasando o vaya a pasar por este tipo de traumas y para los familiares, médicos y sociedad en general.

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